El impacto va más allá de los meses que dura. Este sistema ha contribuido a normalizar una cultura militarista que permea la sociedad colombiana, al acostumbrar a la población a la violencia, alentar la obediencia ciega y disminuir la empatía frente al sufrimiento ajeno. Las estadísticas son alarmantes: altos índices de suicidios y desapariciones dentro del servicio militar. Lo más inquietante es cómo estas realidades suelen ocultarse bajo el discurso de la "reserva para proteger la seguridad nacional".

Muchos jóvenes que prestan el servicio militar obligatorio han dejado de ser hijos, hermanos o estudiantes para convertirse en soldados. Y en un país donde el dinero para las armas se prioriza sobre el que se destina a educación o salud, parece que hemos decidido, como sociedad, que preparar para la guerra es más importante que construir vidas.

Pero no todos han aceptado este destino como inevitable. Desde 1991, la Asociación Cristiana Menonita de Justicia, Paz y Acción Noviolenta –Justapaz - ha caminado otro sendero. Somos un equipo que lleva más de tres décadas diciéndole al país que los jóvenes no nacieron para la guerra. Que el servicio militar obligatorio no es un deber patriótico, sino una injusticia. Y, lo que es más importante, que hay otra manera de servir a la “patria”.

Al principio, hicimos campaña para que los jóvenes tuvieran derecho a la objeción de conciencia. Un derecho que parecía imposible en un país donde las armas han sido el lenguaje oficial. Pero poco a poco, con constancia y fe, logramos abrir una puerta. Cada joven que dijo “no voy a la guerra” fue un paso hacia el cambio.

En 2016, decidimos ir más allá: trabajar en conjunto a otras organizaciones, sociales juveniles y políticas por la creación del Servicio Social para la Paz – un servicio alternativo que cambia las armas por herramientas y, la disciplina militar por proyectos sociales que transforman vidas. En 2024, nuestra campaña tuvo éxito, y el servicio se implantará gradualmente a partir de 2025.

El Servicio Social para la Paz no es perfecto, y en Justapaz lo saben. No creemos que imponer cualquier tipo de servicio obligatorio sea la solución ideal. Pero también creemos que este programa es un paso necesario para desmontar el servicio militar obligatorio. Hasta que los jóvenes se vean libres del servicio obligatorio, ahora al menos tienen la oportunidad de construir una Colombia más pacífica.

Imagínate esto: en lugar de un joven de 18 años aprendiendo a disparar un fusil, lo ves enseñando a leer en una escuela rural. En lugar de largas jornadas en un cuartel, lo ves ayudando a construir casas en una comunidad afectada por el conflicto. En lugar de preparar su mente para la guerra, lo ves aprendiendo sobre derechos humanos, sobre reconciliación, sobre cómo curar heridas que no son solo físicas. Eso es el Servicio Social para la Paz. Es una oportunidad para que los jóvenes usen su energía, su pasión y sus talentos para construir un país más justo.

No ha sido fácil llegar hasta aquí. Durante años, las propuestas para crear este servicio fueron rechazadas en el Congreso de la Republica. Pero la llegada de un gobierno comprometido con la Paz Total abrió una puerta. Este programa está ahora codificado en la ley, y más de 200 jóvenes de todas las regiones del país se han reunido en el Congreso para hablar sobre cómo hacerlo realidad. Llegaron con historias, con sueños, con ganas de decirle al país que la paz no es solo una palabra bonita; es algo que se puede construir, pero solo si se escucha a quienes más la necesitan.

Y no han estado solos. Las madres han sido un pilar en esta lucha. Ellas, que saben lo que significa perder a un hijo en una guerra que nunca debió ser suya, han alzado sus voces con un dolor que resuena: “No trajimos hijos al mundo para la guerra”. Sus palabras son un recordatorio de que cada joven que muere, cada vida que se pierde deja un vacío que nunca se llena. El Servicio Social para la Paz es, también, una respuesta a su dolor. Es una promesa de que sus hijos pueden tener un futuro distinto.

Aún hay desafíos por delante. Hay que asegurarse de que este servicio no se convierta en una trampa, de que no sea una puerta trasera al militarismo. Hay que garantizar que quienes elijan esta alternativa no terminen inscritos en las reservas del ejército, y que el programa sea digno, con el reconocimiento social y político necesario para que se perciba como una opción válida y valiosa en todos los sentidos, no como una opción de segunda categoría o menos importante.

Pero a pesar de todo, el Servicio Social para la Paz es un acto de esperanza. Es una manera de decirle al país que podemos ser diferentes. Como dice Isaías: “convertirán sus espadas en arados y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra”. Cada joven que elige este camino está diciendo que la paz es posible, que la vida vale más que cualquier guerra.

Justapaz y movimientos juveniles en toda Colombia siguen caminando. No son muchos, pero tenemos claro nuestro propósito común. Sabemos que en un país donde la guerra ha sido la norma, soñar con la paz es el acto más valiente que existe. Y no estamos solos. Están las madres, los jóvenes, las comunidades que saben que no podemos seguir sacrificando a nuestra juventud. Porque la paz no se impone; se construye. Y en Colombia, la estamos construyendo, un paso a la vez.